PINO OJEDA, PREMIO DE LAS LETRAS CANARIAS 2018
Pino
Ojeda Quevedo (El Palmar de Teror, 1916 - Las Palmas de Gran Canaria,
2002) comienza a escribir poesía a partir de la trágica muerte de
su marido en 1939, acaecida en el frente de batalla de Extremadura,
durante la Guerra Civil Española. Este hecho origina una literatura
intimista que transita los temas de la soledad, el desamor, el
inexorable paso del tiempo, la muerte y la esperanza. Su trayectoria
literaria se inicia en 1940, en la revista tinerfeña Mensaje,
donde da a conocer algunos de sus poemas. Además, esta revista
publica su primer libro, Niebla de sueño, en 1947. Sin
embargo, es en 1952, año en el que logra el Primer Accésit del
Premio Adonais con su poemario Como el fruto en el árbol
(publicado en 1953), cuando empieza a ser reconocida a nivel
nacional dentro del gremio de escritores, realizando lecturas y
recitales en ciudades como Barcelona y Madrid, donde establece lazos
de amistad con la pléyade de autores españoles de posguerra:
Gerardo Diego, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre o Carmen
Conde, entre otros.
En
1956, Pino Ojeda recibe el Premio Tomás Morales por La piedra
sobre la colina, un poema dividido en doce estancias
publicado en 1964. En 1987 aparece El alba en la
espalda; y en 1993, El salmo del rocío, libro de
poemas que obtuvo el Primer Premio Mundial de Poesía Mística,
convocado por la Fundación Fernando Rielo en 1991. Póstumamente se
publica Árbol del espacio (2007), ilustrado por
Plácido Fleitas y Juan Ismael.
El
resto de su obra literaria (relatos y obras de teatro) permanece
todavía, e inexplicablemente, inédita. En 2017 apareció su única
novela, Con el paraíso al fondo, que fue finalista del Premio
Nadal en 1954, así como el poemario El derrumbado
silencio, que también permanecía inédito. Colaboradora en
revistas nacionales y extranjeras, como Poesía Española
(Madrid), Estafeta Literaria (Madrid), Revistart
(Barcelona), Caracola (Málaga), Al-Motamid (Tetuán) o
Profil Littéraire de la France (Bélgica, dirigida por Henri
de Lescoët), por citar sólo algunas.
PinoOjeda
tuvo la valentía de fundar y dirigir, desde Gran Canaria, su propia
revista. Se trata de Alisio. Hojas de poesía
(1952-1955), en la que publicarían autores destacadísimos de la
Generación del 27, de la Generación del 50, o bien, a caballo entre
ambas. Costeada con sus propios ahorros, Alisio es una apuesta
de Pino Ojeda no solo por establecer sólidos lazos creativos entre
las islas y la península, rompiendo así los límites ficticios del
horizonte; sino también, por aunar arte plástico y literatura,
puesto que en estos pliegos poéticos son muy importantes las
ilustraciones, con las que se retrata al poeta que protagoniza cada
entrega. La edición, caracterizada por una elegante sobriedad, se
vio enriquecida al añadir, también, la firma autógrafa de cada
autor.
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Ha
querido crujir el seco estío
en
mis resecas fibras y aún soy yo.
Soy
aún toda fuego no extinguido
y
en sus manos seré carne abrasada
[...]
Y entonces... Seré amor. Seré la savia
que
arome roja flor.
Y
entonces, nacerá la primavera,
el
cielo será azul y ribera,
principio
del camino del amor.
¡Cómo
quisiera ser tus pequeñas cosas!
El
aire que te roza y te acaricia.
El
polvo que te sigue y se te posa.
El
agua que desciende y te penetra.
La
ropa que te cubre y te ausenta
la
carne fuerte y olorosa.
El
cuello que rodea tu garganta,
yo
quisiera ser.
Y
quisiera ser tus manos, tus pies.
Pisar
donde pisas y tocar lo que tocas.
Ser
color y sentarme en tus pupilas.
Ser
agua y verterme en tu boca.
Ser
luz y en las mañanas
abrir
mis dos ventanas
para
que a la vida tú te asomes.
¡Ay,
cómo quisiera ser para ti la nada
y
poderte ofrecer el más allá!
La
tristeza no tiene nombre
no
puedes definirla.
Surge
de improviso, como una inquieta
catarata
espumante,
horada
la noche por sendas
de
futuro, azotando
la
roca erosionada del corazón vacío.
Y
quisiera subir a la esperanza,
cuando
la garganta estalla y la voz
se
mezcla con tu miedo y desamparo.
Pero
la semilla sembrada
germina
burbujas de odio,
señorean
tu desvalido silencio.
Y
vas cayendo hacia la niebla
frontera
de la muerte
con
tus alas mutiladas de luz.
Yo
no quiero morir,
ser
una piedra fría sin destino.
No
quiero la agonía
de
la carne muriendo.
Qué
angustia en los ojos abiertos.
Qué
tristeza en los labios.
No
quiero ser un muerto más
bajo
la tierra.
Los
gusanos solo me sirven
de
enemigos devoradores.
Me
revelo, huyo
de
este final que ya muerde mis pasos.
Llegará
de la mano amiga
que
ahora me salve.
Y
caerá sobre mi cabeza
con
un gesto blando. Hasta aniquilarme.