Hay relatos que son como una
promesa.
Hace unos años, cayó en mis manos -por pura casualidad, como casi
todas las cosas buenas que me suceden-, Tenemos
que hablar de Kevin, novela recientemente publicada por aquel entonces. De
autora desconocida para mí, la australiana Lionel Shriver, aquel texto no
prometía nada más allá de un rato de entretenimiento. Sin embargo, a medida que
pasaba las páginas de aquel libro, la narración se reveló como uno de los
relatos más inquietantes que había leído hasta entonces. Y no me refiero a la
inquietud que produce la lectura de los cuentos de Allan Poe, o Lovecraft, o
Stephen King (terroríficos, inquietantes y extraordinarios), sino a un temor
más profundo, premonitorio, del que no logré deshacerme hasta que terminé el
libro, cuyo carácter angustioso y oprimente me consternó en el más amplio
sentido de la palabra.
El azar ha permitido que vuelva a
experimentar la misma emoción y reconozco que para un lector compulsivo, voraz
e insaciable -como yo-, es cada vez más difícil (García Márquez, Almudena
grandes, Cortázar…Siempre conmigo); no por ello, o tal vez por ello menos
esperado. Hace unos meses, mientras almorzaba con una amiga, ella me recomendó
encarecidamente El jilguero. Recuerdo
que anoté el título mentalmente -a la vez que pensaba que me parecía poco
sugerente-, y aplacé la lectura hasta Navidad (ya sabes: vacaciones, mente
despejada, predisposición al buen ocio y al descanso) y enseguida se reveló
como lo que era: una promesa, una premonición, una expectación semejante a la
que se somete quien abre constantemente puertas sin saber lo que hay detrás. Y
esa emoción fue tan intensa, que duró todo el tiempo que tuve el libro en mis
manos.
Al igual que Shriver, La norteamericana
Donna Tartt era en ese momento una escritora desconocida para mí, pero esta vez
no me sorprendió averiguar que su éxito se encuentra a la altura de su talento narrativo. Con solo
tres novelas publicadas, -El secreto
y Un juego de niños son las otras dos
(cuyas páginas he devorado ávidamente)-, la autora ya ha cosechado algunos
premios literarios y se revela a sus lectores y a la crítica como una creadora
de prosa madura, exquisitas descripciones y un dominio del lenguaje
extraordinario. Pero hay mucho más, creo: Un conocimiento intuitivo y profundo
de la naturaleza humana que impele al lector a acompañar a los protagonistas de
sus relatos en todas sus peripecias, frustraciones y anhelos, a compartir con
ellos su dolor, a vivir su adversidad como propia. Fuera de toda duda, el éxito
de El jilguero radica en la expectación
permanente que produce en quien lo lee y en la inquietud –ese temor
premonitorio- de la que el lector no logra deshacerse hasta que acaba el libro.
Hay novelas que son una promesa,
afortunadamente.
ESPECIALMENTE RECOMENDADO PARA ALUMNOS DE BACHILLERATO Y CICLOS FORMATIVOS DE GRADO SUPERIOR